viernes, 9 de septiembre de 2011

El riesgo de hacer malabarismos: 'La Piel que Habito', de Pedro Almodóvar


Almodóvar tiene unos huevos como balones medicinales. Es muy fácil meterse con 'La Piel que Habito', su última película, francamente fácil, por como bordea (y, para qué nos vamos engañar, abraza) el ridículo más absoluto. Pero coño, para un tío que intenta reinventarse, que toma ideas ajenas y las encaja en su imaginario tan íntimamente que parece que ha escrito un guión propio, que salta al vacío tomando riesgos tremendos y consiguiendo grandes momentos... yo le aplaudo (aunque, en el proceso, puede que suelte alguna risa).


'La Piel que Habito', por su propia naturaleza abigarrada y atípica, es una película amorfa y con estallidos que pueden provocar vergüenza ajena. Sin ir más lejos, hay un tramo de película, hacia el inicio, que es un de un mal gusto y estupidez que a uno le cruza la cabeza lo de "¿en qué cojones estaría pensando Almodóvar para incluír semejante aborto en su película?". Esto entronca con el personaje de Marisa Paredes. Su interpretación (histriónica y afectada), su personaje y todo lo que orbita alrededor de ella, son la negación de la naturalidad, el rigor o la coherencia, todo ello parece una imposición sobrecargada de diálogos artificiosos para dar una información extra esperpéntica, digna de un culebrón. Si hay un tic molesto en el cine de Pedro Almodóvar, para mí son esos diálogos melodramáticos tan antinaturales que brotan esporádicamente en sus películas (incluso en sus obras más conseguidas). Pero en cuanto sale de escena la jodida ama de llaves, la película comienza a despertar verdadero interés.


¿En qué puntos consigue Almodóvar probar que esta historia tan marciana puede hacerse valer? Para mí, el gran logro de esta película es narrativo. Convierte una evidentísima descompensación argumental ("¿para qué coño me está contando esto?", pensará todo el mundo), en un truco para ocultar uno de los géneros con los que la película juguetea. Jugueteo que el propio Almodóvar establece con el espectador. Primero, el director le dice "presta atención a esto". El espectador lo hace sin demasiada intensidad, ya que lo que cuenta la película es, como poco, rutinario, mientras que el manchego va construyendo la jugada maestra para dejarte con el culo torcido, siendo casi imposible anticiparse a los hechos. ¿Cuántas películas habrán empleado el desinterés como herramienta narrativa de manera tan efectiva? Y es que en vez de narrar la película como un thriller al uso, con las mismas pautas y automatismos, Almodóvar tira de honestidad y expone los hechos de manera desnuda, con su puesta en escena bien afinada, pero mostrando desde el inicio todos los elementos para que el entramado acabe sólido y férreo. La sorpresa a través de la transparencia.

Así que a nivel narrativo, tenemos una película audaz y consistente. Pero tampoco se pueden ignorar las (particularísimas) sensaciones que deja esta película. Es imposible que este pastiche de géneros intente ponerse serio o sentimental. O peor aún, que intente hacer partícipe al espectador de esa amalgama de sensaciones que pretende exponer. En otras palabras, el tono de ciertas escenas es claramente oscuro, o en otras, es pretendidamente catártico, y en ambos casos es imposible no descojonarse. Y siendo todo esto coherente con el desarrollo de la historia. He ahí esos riesgos de los que hablamos al principio y por los que esta película, sensacional como es en ciertos aspectos, derrape y se convierte en una bizarrada grotesca. Buena prueba de ello es la secuencia final. Ver para creer .

Es una obra que pende de un hilo taaaaaaaan fino, que es imposible que genere regularidad. Cuando se sostiene sobre el hilo, es un espectáculo absoluto. Pero cuando se cae, la hostia se oye desde el núcleo terrestre.

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