martes, 8 de mayo de 2012

Ahora más que nunca, Winter is coming


[No leer si no se ha visto hasta el 2x06 de Juego de Tronos]




Los 16 capítulos de vida de Juego de Tronos han evidenciado que HBO, junto con su historia sobre la Ley Seca en Atlantic City, ha cristalizado sus intenciones de buscarle una prima hermana, en cuanto a estándares de calidad, a los dos landmarks de la cadena: The Wire y Los Soprano. Aún queda mucho material por adaptar, en especial, un tercer volumen donde está destilado el sello George R.R. Martin en cada coma, y que deja en bragas las dimensiones de lo narrado hasta ahora. Aún así, y a pesar de las diferencias de contexto e intenciones inherentes al material, Juego de Tronos es una amplificación de la columna vertebral temática de todas las grandes series de HBO: los oscuros flujos del poder. Escribir estas líneas ahora, apenas sobrepasado el ecuador de la segunda temporada, parece un sinsentido, pero es justo en este momento de la serie donde se ha señalado, de manera especialmente sutil y brillante, el discurso de Martin, anticipado y condensado perfectamente en boca de Stannis Baratheon hace un par de capítulos: “Cleaner ways don’t win wars”. 




De la misma manera que en Deadwood se nos presentaba un oeste mugriento, decadente y feísta, Martin hace lo mismo con la Edad Media Europea, presentándola como, probablemente debía ser, un mundo dantesco y brutalizado: incesto, cercenamiento de miembros por doquier, prostitutas con semen en las comisuras, tripas, y crueldades varias. ¿Pero qué hay del poder? El lema de la casa Stark no es una simple frase cool para adornar estados de facebook. La filosofía del Norte de Poniente es fatalista por naturaleza, como la de los primeros colonos puritanos que llegaron a América y veían la cotidianidad como una constante sucesión de peligros. La vida en el norte está condicionada por el mismo sesgo: el frío va a llegar, el futuro es un mal presagio, un viento congelado que va impactar más pronto que tarde. Que la serie comience (antes incluso de los títulos de crédito) con unos monstruos congelados haciendo de las suyas es, a nivel de significado y discurso, de todo menos incidental: el invierno está llegando, de manera corpórea, en forma de White Walkers. La semántica enterrada en las imágenes que crea Martin (y que traducen ejemplarmente David Benniof y D.B. Weiss) configura, de alguna manera, lo que está por venir. El invierno no está llegando sólo por el norte, sino que brota internamente a lo largo y ancho de todo Poniente. El lema de los Stark se convierte en una especie de mantra que reverbera en todas las acciones de la historia. Se ha hecho notar, de manera particularmente poderosa, en el último capítulo, que retrotrae, inevitablemente, a una de las primeras grandes imágenes de la serie: el ajusticiamiento del desertor de la Guardia de la Noche por parte de Eddard, el auténtico bastión moral de esta historia y cuya muerte comenzó el lento pero firme viraje de la serie hacia la oscuridad moral más absoluta. Donde en el primer ajusticiamiento, todo es sobrio, solemne, digno y hecho de un certero y limpio golpe de espada, la muerte de Ser Rodrick se hace de modo vil y dubitativo, a tres tajos a cual más truculento, y donde el único atisbo de aplomo y honor vienen del ajusticiado. 


David Chase y David Simon habrán aplaudido en sus casas.